10/7/09

Conversación con Saturnino Sierra

Saturnino es hijo de un sindicalista de UGT encarcelado por la huelga de mineros de Asturias del 34, cargo medio durante la guerra y maquis hasta el 42 aprox. Fue deportado a Valencia, donde él –Saturnino—creció y se casó. Sale de Valencia con 27 años.

En la reunión están

1.- Elisa
2.- Palmira
3.-Milagros (hermana de Palmira)
4.- Saturnino

Palmira.- XX, ex policía local de Albalat dels Sorells, también fue a la Dominicana. Volvió sin nada de dinero.

Saturnino.- Me entero en el Ayuntamiento de Silla de que están buscando colonos y, según lo que prometían, pensaba que... esperábamos un maná. Conociendo la agricultura como la conocíamos... nos hacíamos ilusiones.

Para ir allá nos casamos catorce matrimonios de Silla en la misma ceremonia, a mediados de diciembre.

El barco (el “España”) estaba para el desguace. Y el viaje, estilo tropa. Nada del trato como en los trasatlánticos de placer.

Llegamos al puerto de Ciudad Trujillo y estuvimos tres días en el barco. Luego zarpamos con rumbo NO a Samaná, otros tres días. Con motoras de la marina nos sacaban a ver aquello. Olía aquello! Olía a fritanga de pescado con aceite de coco. Luego nos bajaron en patanas, lanchas de desembarco de la marina, como las del desembarco de Normandía. No había carreteras ni puentes y nos tuvieron que bajar así. Bajamos con las maletas al hombro y el agua por la cintura.

Luego fuimos a ver los predios que nos habían prometido. Los vimos y nos preguntamos ¿qué vamos a hacer aquí? Había casas de bloques –algunas—con tejado de chapa. Y la temperatura era de cuarenta grados. Horrible!. Y luego, 24 horas al día insectos. Había que dormir metido en un mosquitero, lo que te daba más calor todavía. Había varios tipos de mosquitos, y paludismo.

Elisa.- En misa nos pasábamos el día espantando mosquitos!

Milagros.- Mi padre tuvo paludismo

Elisa.- Y yo

Palmira.- Y yo

Saturnino.- Y las mujeres tuvieron que ponerse pantalones, que entonces no se llevaba. Les dejamos pantalones nuestros.

Siempre que había que decir algo venían a mí. Sobre todo los gallegos, que eran muy cerrados y no se entendían con los dominicanos.

Mataron a dos gallegos, por delincuencia común. Uno, cuando acababa de recoger la cosecha y tenía el dinero en casa.

Yo vivía frente al cuartel de la Guardia Nacional. Me llamaban “España”. En uno de los asesinatos me llevaron de testigo. Yo tuve que ir a los juzgados y todo. El hombre llevaba allí tres días muerto y se enteró otro vecino porque vio a la mula atada...

Para explanar tierras para nosotros arrancaron árboles centenarios que valían una fortuna. Total para allanar unos terrenos que luego no valían para nada. Los predios que me dieron no valían para nada. Ni para piña. En los años que estuve allí no conseguí ni una sola cosecha.

Palmira.- La de mi padre era buena

Saturnino.- Era una lotería.

Palmira.- Cada uno iba eligiendo

Saturnino- pero si no conocías nada que ibas a elegir?. En cada casa, según iban llegando, dejaban una familia. La colonia de punta a punta mediría unos tres – cuatro kms.

Palmira.- pues a mi me parecía muy grande...

Saturnino.- Yo, la sensación que tuve fue de desilusión total. Las ilusiones, por tierra. Y luego, los nativos que tenían resquemores. A mi me decían que era un español jodón, pero me respetaban. Había ambiente de miedo.

El año 57 cuando se fue la mayoría de colonos (volvieron 1.500 de un total de 4.600), yo me quedé porque tenía familia en México y esperaba una oportunidad para irme allí. Yo la Dominicana ya la tenía descartada.

Elisa.- Para salir de la colonia, el cura hacía las gestiones. Sobre todo si tenías que ir a hablar con alguien.

Saturnino.- Las protestas es lo que no permitían

Palmira.- Que no se vendía el cacao y íbamos a protestar.

Saturnino.- Iban diciendo “ahorita”, que es el año que viene. En todos los bohíos había un retrato de Trujillo y un lema “En esta casa Trujillo es el jefe”

Teníamos una desmoralización total. Habíamos dejado nuestra casa, país, familia... y la mejora no se ve. Había corrillos que protestaban. A veces nos reuníamos con el jefe de la colonia y él, con mucha diplomacia, nos trataba de calmar: “ahorita, ahorita...”

¿Cómo nos divertíamos? De ninguna manera. Había un barucho...bueno, cuatro palos y un sombrajo, donde en un tocadiscos ponían merengue. Pero yo eso del merengue no... aburrimiento total y absoluto.

El Padre Salvador (un español joven, párroco de Baoba) organizaba tómbolas benéficas y yo, que estuve un año brazo sobre brazo porque no me daban tierras, le ayudaba. Era mañoso. Hacía hamacas de madera... Le ayudé a construir dos iglesias, una acabada y la otra casi. Me faltó el campanario. Una estaba a la entrada de Baboba y la otra en “Las Gordas”, yendo hacia Julia Molina, que ahora se llama Nagua. Y también hice un sistema para recargar baterías de coche con una dinamo y un molinillo de viento. Con esas baterías se iluminaba la tómbola.

Un buen día, por la mañana, viene la policía a mi casa:
--“España, ha dicho el jefe que le trasladen a la capital”.

Allí la policía no tenía transporte propio. Utilizaban el vehículo que les venía en gana. Así que pararon un camión en la carretera, el primero que pasó, y nos subimos ahí. Con ese camión llegamos a San Francisco Macorix. Allí me encontré con el Padre Salvador, que le habían dado 24 horas para abandonar el país. Bueno. Gracias al encuentro con el Padre Salvador, se supo a donde me llevaban detenido. En San Francisco Macorís los policías pararon otro camión y me llevaron a la capital.

La policía incautaba lo que quería. Para vigilar la costa, por ejemplo, cogían a cualquier paisano, le quitaban el machete y la cédula y le ponían a vigilar. Luego, al cabo de unas horas o un día volvían a por él y le devolvían sus papeles.

Llego a Ciudad Trujillo y me ingresan en la cárcel “La Victoria”, una vieja fortaleza de piedra. No pude ver casi nada de cómo era. Simplemente me metieron allí.

El ingreso no fue especial. No estuve en celdas, ni me dieron instrucciones previas... nada. Simplemente me metieron allí.

Yo tenía un cabreoo!!. Me había dejado fuera la mujer y los tres hijos, la mayor de tres años y medio. Y ellos vivieron ese tiempo de la pequeña subvención que nos daban. Sin saber si yo estaba vivo o muerto.

Estábamos recluidos en una celda comunitaria, unos 120 o 130 presos. Políticos y comunes mezclados. El trato de los carceleros no era especialmente malo

Para comer nos daban una sopa de maíz. No había comedor. Cuando repartían la comida se formaba una cola, la recogías y te ibas a la celda o a donde fuera a comértelo. Necesitabas un recipiente en el que recogerlo porque en la cárcel no te lo daban. Un cacillo, una lata... algo. Yo no tenía. Había que agenciarse uno como fuera. Acabé comprándoles la comida a los soldados. Me costaba 50 centavos diarios, que era una fortuna, casi el salario de un obrero.

En la cárcel me hice amigo de los supuestos opositores de Trujillo. Como estaba muy enfadado, me ofrecí a ayudarles en lo que necesitaran.

En una ocasión me sacaron de la celda, por la noche, para interrogarme. Me llevaban a los sótanos del hipódromo, el “Perla Antillana”. La acusación no oficial –porque nunca me acusaron oficialmente de nada—era ayudar o haber construido una emisora para la insurgencia. Supongo que se referirían a las baterías que usábamos en la tómbola. O por ayudar al padre Salvador, que también le consideraban subversivo. Decían que nos comunicábamos con Fidel Castro.

Los interrogatorios eran duros: golpes , manotazos... había uno que era el jefe y cuando te preguntaban y no contestabas te sacudía con la mano o con un látigo. Pero no llegaron a torturarme.

No eran profesionales. Andaban muy despistados.

En Puerto Rico llegó a publicarse la noticia de mi muerte, creo que a principios de diciembre del 59.

Así estuve más de un mes, hasta que un día me sacaron de la cárcel y me metieron en un barco, el Ascania, donde me esperaba mi familia. El Padre Salvador debió mover embajadas, o algo, para que me localizaran y me soltaran. En el pasaporte me pusieron el cuño de deportado. Y llegamos a Vigo... no se, sería el 19 o el 20 de diciembre de 1959. ¿Cómo me sentí cuando llegué a España? En España!


Elisa.- Uno de Almussafes vive en Puerto Plata. Se casó con una chica de allá. En Almussafes le llaman “El dominicano”. Tiene una cadena de supermercados en la ciudad. Creo que se llama XX y que el mote de su familia en el pueblo es “XX”. Es el único de los que se quedaron por allí que ahora es rico.

En el barco también había un polizón. Que luego Trujillo le permitió quedarse en las mismas condiciones que nosotros

Yo me acuerdo de la despedida que nos hicieron en Almussafes. Íbamos en dos autobuses, muy despacio, con la banda de música atrás, tocando. Y una mujer agitaba banderas... Recuerdo una canción que identificaba a los dominicanos “A mi me llaman el negrito... porque el trabajo es mi enemigo... el trabajo para el buey”

Saturnino.-
Hay otra más clara. El negro dice “El trabajo lo hizo Dios como castigo. Que trabaje el blanco que es un pendejo”

Elisa.- Había jefes de grupo, los grupos los formaban los del mismo pueblo. José XX era le jefe del grupo de Sollana. Antes había sido alcalde de Sollana.

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